Síndrome de estrés posvacacional y consumo de cannabis

¿Cómo volver al hábito laborar y no desmoronarse en el intento?

Bienvenidos queridos lectores y lectoras a esta nueva serie de dos partes en la que hablaremos del “síndrome de estrés posvacacional” (SEP) o “síndrome prelaboral”.

por Javier Diz Casal

Podríamos afirmar que éste es uno de los males de nuestra era ya que, con toda probabilidad, no existía o era, verdaderamente, poco común hace apenas cincuenta o sesenta años atrás. Es, además, el típico síndrome que caracteriza a las sociedades “desarrolladas”[i].

Es cierto que nuestra sociedad actual parece querer catalogar casi cualquier conducta que se salga un poco de lo esperable como patológica o susceptible de definirse por medio de un nuevo síndrome. Ahora bien, sin pretender patologizar un fenómeno que es simplemente el resultado esperable de un tipo concreto de vida podemos decir que: el síndrome posvacacional aúna ciertos síntomas comunes que hacen posible su definición como síndrome.

La idea es sencilla y parece comenzar desde bien pequeños, ¿recordáis aquellas largas horas de clase muchas de las cuales resultaban tan poco productivas? Parece existir un patrón que nos lleva hacia la aceptación de un modo de vida en el que el trabajo suponga ocho horas diarias y, en muchos casos, más. Ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para darte cuenta de lo peculiar que supone pasarse ocho horas diarias de tu vida trabajando, en muchos casos, en cosas que verdaderamente no te satisfacen.

Sin caer en un idealismo excesivo o poco productivo se puede apreciar que el estilo de vida, digamos general, y el tipo de sociedad establecida que sirve de sustrato, generan problemas adaptativos. Muchos de estos problemas son puramente actuales, algunos síndromes y patologías florecen en una sociedad que parece pugnar por definir prácticamente cualquier conducta diferente a lo esperado como patológica y susceptible de constituirse como síndrome. Podríamos hablar de las implicaciones que esta idea tiene para las grandes farmacéuticas que tan subrepticiamente nos venden, por medio de muchos canales, la idea de la eterna felicidad en todo momento y de como, con ello, logran luego agrandar sus beneficios vendiendo felicidad en formato pastilla, pero no lo haremos porque consideramos que es harina de otro costal. Ahora bien, dejamos esta pregunta para reflexionarlo: ¿qué implicación tiene esta idea en la vida de las personas?

Resulta evidente pensar que el ser humano, como el resto de seres vivos, persigue determinas metas que satisfacen las necesidades a las que se ve expuesto, tanto las básicas como las más elevadas, y, en nuestro caso, la felicidad. Este es un elemento que se asocia con esa satisfacción de necesidades. No obstante, la etimología del término felicidad, que proviene del latín, significa fecundo o fértil, animado y vivo. Las dos primeras acepciones “fecundo y fértil” se referían a las tierras, se entiende por tanto que, antaño, unas tierras felices eran, entonces, unas tierras fértiles que posibilitaban el cultivo abundante y la cría de animales. De esta manera se entiende además que el término se asociaba a esa satisfacción de necesidades más básicas. Animado y vivo puede significar la satisfacción de la búsqueda de sentido vital[ii] definido por Viktor Emil Frank. Su etimología refiere que también la satisfacción en relación a la suerte, la fortuna y la fecundidad tienen cabida en su significación.

Es por todo esto que podemos comprender con facilidad que la felicidad no es un fin en sí mismo sino que es el producto de un proceso de acción que sugiere que esa misma acción está satisfaciendo las necesidades que la vida nos presenta. Definir la felicidad no resulta nada sencillo y parece más fácil definir lo que supone la infelicidad o lo que no aporta felicidad.

El síndrome de estrés postvacacional[iii] se enmarca dentro de una etapa de falta de plenitud y refleja la imposibilidad o la falta de la satisfacción de algunas necesidades que sentimos. En muchos casos, durante las vacaciones hemos podido desconectar de elementos que suponen una fuente de estrés constante y hemos podido dar, de forma activa, satisfacción plena a algunas necesidades a veces elevadas por la cantidad de horas de “no trabajo” o simplemente básicas o sencillas de que disponemos. Cuando termina esta época vacacional, menos, si ha sido un asueto y algo más, si se trata de una etapa más larga, nos reencontramos con todos esos elementos presentes en nuestra vida cotidiana, muchos de los cuales son incompatibles con la satisfacción de algunas necesidades. Esto produce un estado de acomodación que es un ejercicio en el que la persona pugna por acomodarse a la nueva situación y retomar el ritmo del trabajo y de la vida del día a día. Cuando esta acomodación no se consigue podemos hablar, entonces, de un síndrome posvacacional que puede acarrear algunos síntomas tanto físicos como psíquicos: cansancio, somnolencia excesiva, molestias musculares, insomnio, pérdida de apetito, fatiga, irritabilidad, inquietud, ansiedad, dificultades de atención y concentración, nerviosismo, tristeza generalizada proyectada por medio de estados depresivos más o menos pasajeros la mayor parte de las veces de baja intensidad, además de apatía o falta de interés.

Por lo general, el síndrome posvacacional no está reconocido a nivel psiquiátrico. Parece delicado tomarlo como un síndrome pero es cierto que muchos de sus síntomas están presentes o han sido padecidos en alguna ocasión por la mayoría de las personas con la vuelta al su trabajo. Según Dunia Durán Juvé, el SEP desaparece al regularizar los horarios de  trabajo y descanso (2009). Esta última idea es muy interesante porque nos indica que el trabajo, la vuelta a la cotidianeidad y a los quehaceres diarios son elementos que nos empujan a dejar de lado todos esos impulsos que nos provoca el contacto con esas partes de nosotros mismos que, tan habitualmente, están silenciadas en suaves dosis de cotidianeidad o en forzosas “tripas de corazón” que, muchas veces, hay que hacer. El hacer ser de cada quien define la idiosincrasia de esa identidad concreta y ello refleja, entre otras cosas, las necesidades que se han podido ir satisfaciendo y las que no y que, ahora cubiertas o no, acarrean una serie de determinantes e implicaciones específicos que tienen una relación directa con el sentimiento vital y presente de las personas. Cuando nos referimos a las necesidades más elevadas (Maslow[iv]) hablamos de elementos que, aunque siempre están presentes como motivadores de la acción, su influjo es mucho menos elevado cuando existe la presión de otras necesidades de carácter más básico como puede ser la satisfacción de las más primarias por medio del trabajo y las obligaciones que todo este constructo “laboral” conlleva en la actualidad y en nuestra cultura. Siguiendo esta idea, en el tiempo vacacional la energía destinada a todas las implicaciones de las necesidades del tipo básicas puede ser destinada a otro tipo de actividades encaminadas a saciar otro tipo de necesidades o requerimientos de carácter más elevado. De esta manera, cuando se vive en un tiempo de “no trabajo” las necesidades que están asociadas a esta actividad se ven cubiertas sin tener que destinar tiempo a ello. En estos periodos de tiempo de “no trabajo” a veces se tiende a malgastar las horas vagueando sin saber muy bien a qué dedicar nuestra acción, nos encontramos perdidos como pez fuera del agua o dispersos como mantequilla en una tostada demasiado grande, estamos desasosegados y mostramos reticencias al cambio temporal. Nos hemos acostumbrado a ir tirando con lo básico por muy variados motivos, siempre respetables y libres de juicio. El trabajo, la familia, el dinero, los compromisos y un largo etcétera de elementos que nos restan energía son los responsables de que esa parte que se pierde en detrimento de la satisfacción de procesos y fines más elevados. Esta idea recuerda a un pasaje de “Un mundo feliz” en el que uno de los personajes aseguraba que de nada servía aumentar el tiempo vacacional de los trabajadores porque estos habitualmente tendían a consumir más soma y a pasar el tiempo sin saber demasiado bien qué hacer (Huxley, 2003). Por contrapunto, en otros casos, durante estos periodos de tiempo de “no trabajo” se produce una toma de contacto con necesidades más elevadas y se aprovecha el tiempo para encaminar toda esa energía a la consecución de estas metas que de repente reciben toda la atención. La cobertura y solución de las necesidades arrojan diferentes elementos y según la pirámide de Maslow es necesario satisfacer primero las básicas para acceder a las siguientes. Es decir, con todo lo que comentamos en absoluto queremos decir que inmediatamente al coger vacaciones las personas nos convertimos en torrentes de creatividad y acción, como hemos explicado antes, en ocasiones ocurre lo contrario y, como hemos referido ahora mismo, son muchas las necesidades básicas que necesitan estar cubiertas para acceder a otras superiores, en este sentido el trabajo se relaciona solamente con algunas de ellas.

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Dicho esto, se puede entender que la frustración que también se deja ver en ese proceso de estrés posvacacional tiene que ver con diferentes factores en cada caso. Es decir, puede que todo este estrés esté producido por no haber aprovechado el tiempo vacacional por no saber realmente a qué dedicarlo y una vez vuelta a la cotidianeidad sentir que todo sigue, en cierta manera, más o menos igual y no se ha dedicado tiempo a algo más elevado. Puede ser que al término de las vacaciones sintamos que todos los elementos (psicológicos, emocionales, conductuales, constructivos…) que hemos podido adquirir como consecuencia de satisfacer necesidades más elevadas, se disipan poco a poco y de nuevo el sentimiento de dedicar el tiempo a la satisfacción de necesidades más básicas se apodera del día a día.

Todo esto puede quedar muy bien escrito pero la vida de la inmensa mayoría de las personas implica términos de dificultad por los que muchas de estas personas se ven incapaces de destinar tiempo a “necesidades más elevadas”. ¿Para qué? Se preguntarán algunas. Esta idea la retomaremos en el siguiente número.

Después de este periplo por el concepto de SEP y de las necesidades bajo la concepción maslowniana es mi intención profundizar en las implicaciones que el consumo de cánnabis posee en estos periodos de cambio.

Muchos consumidores de cánnabis aumentan su nivel de consumo durante este tiempo de “no trabajo” y si bien es cierto que el cannabis favorece la introspección y la puesta en contacto con uno mismo, cierto es también que esto tiene uno límites que muy habitualmente no resultan en exceso sencillos de discernir. A colación del pasaje de la obra de Huxley que anteriormente hemos mencionado resulta fácilmente relacionable con la realidad que describimos en estos momentos, a saber: En pruebas que anteriormente se habían realizado con los trabajadores, ofreciéndoles más días de vacaciones, estos muy habitualmente caían en un consumo de “soma” mucho más acentuado en cuanto que pivotaba sobre lo lúdico pero excesivo y se mostraba como único medio de alcanzar un estado de supuesta felicidad y bienestar. En este sentido, merece la pena remarcar la importancia de un consumo mesurado que, aunque más elevado del habitual, vaya disminuyendo conforme se acerca la etapa de cambio y el final de las vacaciones se convierte en una realidad. El cannabis es una droga muy compleja a pesar de creencias comunes que rozan el pensamiento mágico en algunas ocasiones. No es recomendable el consumo de cannabis en cuadros de ansiedad o procesos en los que el estrés sea un síntoma acusado. Si a esto sumamos, además, el hecho de que en la gran mayoría de ocasiones la inmensa mayoría de consumidores no sabe demasiado bien lo que está fumando o ni siquiera sabe bien el efecto que busca cuando consume, pues nos encontramos con procesos desadaptativos que como una gota que colma un vaso son puestos en marcha por un consumo descuidado.

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Esos lapsos de “no trabajo” pueden ser unos momentos ideales para experimentar y experimentar diversas drogas atendiendo a implicaciones, requerimientos y objetivos que se persigan. Muchas de ellas favorecen la terapia entendida como análisis genuino y desubicado del punto de vista habitual, y también el diálogo sincero, la apertura a la experiencia o la tolerancia a la frustración. La ibogaína, por ejemplo, parece tener una acción directa sobre elementos como el síndrome de abstinencia, lo que implica que puede ayudar a combatirlo.

Podríamos seguir hablando de las bondades de muchas drogas. En este sentido, si utilizamos el cannabis hemos de entender que quizá ese tipo de consumo no sea compatible cuando nuestros días vuelvan a ser lo que eran antes del periodo vacacional y que quizá, en algunos casos, el consumo, por mínimo que sea, puede suponer un elemento desadaptativo en las épocas de trabajo y especialmente en aquellos momentos en que se retoma el contacto con la cotidianeidad laboral y de la vida diaria.

Hasta aquí esta entrega en la que hemos introducido el término de estrés posvacacional y la satisfacción de necesidades de la teoría de Maslow, para terminar hablando del consumo de cannabis en esos momentos de transición de las vacaciones al hábito laboral. En el próximo número daremos algunas claves y métodos para volver a nuestros quehaceres habituales después de la etapa de vacaciones y no desmoronarse en el intento entre terribles cuadros depresivos y estreses de muy diversas índoles. Además, para los consumidores más habituados explicaremos sucintamente una sencilla técnica para mesurar el consumo durante estas épocas de cambio amén de para otras muchas. Un cordial saludo y mis deseos de bienestar para todos.

REFERENCIAS

Durán, D. (2009). Psicotrastornos laborales, un antes y un después. Centre Espirita Amalia Domingo Soler (CEADS). Barcelona.

Frankl, V. E. (1994). El hombre en busca de sentido. Editorial Herder. Barcelona.

Korstanje, M. E. (2015). Cuando viajar no es un placer: El divorcio en vacaciones. Revista de Antropología Experimental, (15).

Aldous, H. (2003). Un mundo feliz. Ed. De Bolsillo, Madrid.

Maslow, A. H. (1991). Motivación y personalidad. Ediciones Díaz de Santos S. A.

Maslow, A. H. (1994). La personalidad creadora. Editorial Kairós.

Piñuel, I. (2008). La dimisión interior: del síndrome posvacacional a los riesgos psicosociales en el trabajo. Ed. Pirámide.

[i] Para profundizar en la temática de “desarrollo” y cooperación internacional y ayuda al desarrollo ver: “Infancia adolescencia y juventud: Aportaciones en un marco conmemorativo”. Jiménez, A., Gutiérrez, J.D. y Diz, J. Coord. (2015) Capítulo 23. Editorial GEU.

[ii] Hoy día hay cada vez más personas que tienen medios de vida suficientes, pero para las que ésta carece de sentido”. El hombre en busca de sentido.

[iii] Para profundizar en el concepto: La dimisión interior: del síndrome posvacacional a los riesgos psicosociales en el trabajo. Además, M. Korstanje investiga sobre la relación existente entre las etapas posvacacionles y divorcios desde un punto de vista antropológico: “Cuando viajar no es un placer: El divorcio en vacaciones”.

[iv] Para profundizar en la teoría Maslowniana: “Motivación y personalidad” y “La personalidad creadora”.

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