Sembrando experiencias: un viaje por las culturas del cannabis en Colorado, California y España

Crecer durante el periodo de legalización del cannabis recreativo en Colorado y California conformó mi visión del mundo sobre lo que significa fumar un porro. Yo solo fumo verde. Como en España lo verde se mezcla con el marrón del tabaco, a mis amigos les digo que eso no es un porro, que eso es un spliff. ¿Qué ha determinado esta opinión? Para poder responder a esta pregunta os guiaré hacia atrás en el tiempo para que crezcamos durante la legalización en Colorado, nos traslademos juntos a California y veamos la cultura cannábica actual de Salamanca y Barcelona a través de ojos estadounidenses. 

Colorado 

La primera vez que fumé fue en el cuarto de baño del sótano de mi amiga, pasándonos una pipa mientras la ducha estaba abierta y el extractor en marcha. El humo de la cazoleta se arremolinaba hacia arriba, mezclándose con el vapor justo antes de salir. Había oído de que algunas personas no sentían el efecto la primera vez y se sentían como mucho somnolientas. Cuando mis amigos decidieron poner comedias del 2012, fue extraño dormirse viendo a Jonah Hill fingir que estaba en el instituto y despertarme con Will Ferrell debatiendo durante una campaña política. Tenía los párpados tan caídos que no pude mantenerlos abiertos el tiempo suficiente para ver ninguna de las dos películas al completo. Esa noche dormí muy bien.

Este viaje con Mary Jane comenzó ahí, en Colorado, en el invierno del 2013, un año antes de la legalización de la marihuana recreativa. Yo tenía quince años durante este período transformador para la cultura del cannabis en Estados Unidos. Mis siguientes experiencias con la hierba llegaron ese mismo verano, cuando unos amigos se sacaron el carné de conducir. Me recogían y pasábamos el rato en los parques de la ciudad, y en algunas ocasiones traían un gramo. No me gustaba fumar, así que no lo buscaba. Le pegaba una calada si me pasaban la cazoleta, pero no le daba importancia. Tampoco me impresionó el kit; me parecía poco práctico llevar cogollos, un grinder y una pipa todo el tiempo.

Entonces yo también alcancé la máxima libertad americana a los dieciséis años: me saqué el carné de conducir y mis padres me compraron un coche. Siempre cumplí con mis obligaciones académicas y deportivas normales, así que fuera de esas horas podía hacer lo que quisiera: Estados Unidos es la tierra de la libertad, ¿no? 

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Un lugar espectacular para fumar, el parque Chautauqua (Boulder, Colorado, 2014).

Durante el año académico 2013-14, en medio de la legalización de la marihuana recreativa, exploré varios métodos para fumar, incluyendo pipas, bongs, narguiles, el Volcano y dab rigs. Cuando compré mi primera pipa, era otra “chica universitaria de aspecto joven” en el fumadero The Fitter de Boulder. La Universidad de Colorado en Boulder es una de las universidades más fiesteras de Estados Unidos, así que no era raro ver a jóvenes comprando pipas, por ejemplo, en The Fitter, la tienda de parafernalia cannábica más señera del lugar. En aquellos años surgieron salones de narguile en los suburbios, pero fumar shisha de tabaco me daban ganas de desmayarme, y, en cualquier caso, todas las normas sociales me decían que no fumara tabaco. En esa época, tuve además una experiencia negativa bebiendo en una fiesta del instituto. Estas malas experiencias con el tabaco y el alcohol, en combinación con mi curiosidad por la emergente cultura legal del cannabis en Colorado, me animaron a seguir experimentando con diferentes formas de consumir hierba: el Volcano, dabs, y más tarde con los comestibles. De esta forma, nunca estuve expuesta a las mezclas de tabaco y hierba, así que nunca se me ocurrió fumar otra cosa que no fuera verde.

Dándole al dab

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La compra en el dispensario (Anaheim, California, 2019).

Con dieciséis años era una ingenua: darle al Volcano y tomar un dab son dos formas de fumar que deberían reservarse a los fumadores avanzados. Aprendí que cuando se consume correctamente el Volcano no tiene que golpear tan fuerte. Pero el dab, bueno, no estaba preparada para lo que se me vino encima. 

«El número de dispensarios era interminable. Algunos con woo girls de uñas acrílicas en forma de ataúd que te daban la bienvenida. Otros eran más precarios, solo accesibles subiendo por unas escaleras en un rincón del fondo de un aparcamiento»

Era la primera vez que fumaba cera en el garaje de un amigo. La verdadera fiesta era una manzana más abajo, así que me pareció conveniente pasarme, fumar y luego ir a la fiesta. Prendieron fuego a la cazoleta, introdujeron la cera y la hicieron girar. Empecé a sentir un cosquilleo en el cuerpo, pero nada fuera de lo normal, así que me dirigí a la casa de la fiesta. Apenas había cruzado la puerta cuando tuve que utilizar el antebrazo derecho para equilibrar mi peso contra la pared y pedirle a un amigo que me ayudara a subir al sofá. Durante toda la velada estuve en el sofá nadando en el universo de mi mente. 

Como consumidora menor de edad no sentí los efectos de la legalización de la venta de marihuana recreativa con licencia estatal hasta enero del 2014. El acceso aumentó, pero no como si todos los cultivadores clandestinos hubieran decidido abrir su propia tienda. Había que pagar tasas de licencia, impuestos adicionales de cumplimiento normativo, alquiler de locales comerciales, medidas de seguridad específicas y costes de personal, así que un amigo cultivaba en su sótano y nos invitaba a su casa para reuniones “triposas”. Su madre me recibió en la puerta y me dirigió amablemente hacia las escaleras para que bajase. Fue entonces cuando planeé comprar mi primera onza (28 g), ¡a tiempo para la Prom!: es la fiesta de graduación, un evento importantísimo para los estudiantes de secundaria, como se ve en tantas comedias americanas. Pagué unos setenta dólares por mi primera onza. Si hubiera tenido veintiún años todo habría sido legal y mucho más caro en una tienda, entre doscientos y cuatrocientos dólares la onza (con esto no es que esté justificando el mercado ilegal…).

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Mi amiga fumando una pipa de hierba en el desierto del Parque Nacional Joshua Tree (California, 2020).

Así que, entre todas las variantes de fumar que probé, siempre volvía al cogollo en pipa. El ritual era hermoso y natural. Mi pipa no era especial. Socialmente era guay mostrar tu personalidad a través de la pipa, el bong o el dispositivo de dab que elegías, pero yo estaba tan nerviosa al comprarla que mi personalidad se apagó. Eso no me impidió fumar en lugares increíbles de la naturaleza de Colorado. Buscábamos las mejores vistas y discreción: desde las gradas de los campos de béisbol hasta los parques en las colinas, pasando por conducir una hora por Denver para ir a Lookout Point en Golden o a un mirador en las montañas sobre Boulder. Comprábamos pizza en Cosmo’s, en Baseline Road, cuando Beau Jo’s era demasiado caro, y más tarde galletas en Boulder Baked, que solía estar cerca de Pearl Street. A veces íbamos al Voodoo Donuts en East Colfax, en Denver. Pero, sobre todo, pasábamos el rato en Boulder. Los mayores de veintiún años podían fumar y nadar en Boulder Creek y luego tomar una cerveza artesanal de cáñamo en el mercado de agricultores. 

Del 2014 al 2015 nada cambió excepto que compré mi primera pipa con personalidad en Chiang Mai, Tailandia, durante un viaje de voluntariado. Aunque todos los tipos de hierba y productos relacionados como bongs de agua y vapes eran ilegales, la compra-venta de pipas de cristal parecía instalarse en una zona gris. Mientras teníamos tiempo libre en el mercado nocturno de los domingos, me acerqué al hombre que soplaba pipas a mano. Mi nueva pipa era intrincada, delicada y única. La atesoré durante todo el verano del 2015, pasándola entre amigos mientras observábamos las estrellas en el mirador sobre Boulder.

California 

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Sentada al lado del mar (Big Sur, California, 2019).

Cuando me mudé a California para estudiar, la marihuana medicinal era legal desde 1996, pero el uso recreativo estaba prohibido. Aquí era inevitable que mi matrícula de Colorado llamara la atención. Un día que conducía del campus al trabajo, me tocaron el claxon en un semáforo y me hicieron señas para que bajara la ventanilla. Un grupo de chicos me dieron shakas y me dijeron que qué guay que yo fuera de Colorado y que esperaban que California legalizara pronto. Entonces utilicé Colorado como tema de conversación, lo que me abrió las puertas a probar nuevos productos de cannabis. Fue entonces cuando me uní a una hermandad de chicas (asociaciones de estudiantes propias de los campus universitarios) y aprendí mucho sobre la cultura de la hierba en California. 

A los dieciocho años en California, en aquel año 2015, era legal poseer una tarjeta de marihuana medicinal. Eso es lo que hacían algunos de mis amigos; compraban cogollos y fumaban en pipas o bongs. Una chica de la hermandad, sin embargo, usó la tarjeta para comprar comestibles y cremas cannábicas. Los comestibles de 10 mg estaban bien etiquetados y fabricados en gran cantidad. Aunque tengo un bonito recuerdo pasando las tardes colocada en mi dormitorio comiendo chipotle y viendo The Office, los comestibles sabían como si te estuvieras comiendo el propio cogollo en lugar de una galleta. Esto me enseñó directamente a tomar la dosis adecuada. Al principio, no podía comer físicamente más de un cuarto del comestible: ¡sabía tan mal! Empecé entonces con una dosis de unos 2,5 mg, y luego subí a 5 mg. Sentía los efectos, sensaciones corporales de hormigueo, incluso pérdida de sensibilidad en las extremidades si no las movía durante un rato, una especie de estado meditativo mental y, sobre todo, estaba cachonda. No hacía falta más. Luego probé mi primer porro en una fiesta de fraternidad (fiestas organizadas por hermandades de chicos estudiantes). No me gustó. Me recordaba demasiado a los cigarrillos y no me colocaba tanto como cuando fumaba en pipa.

De mi primer dispensario a Joshua Tree 

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“En aquella época conducíamos hasta el desierto y nos fumábamos un porro entre los árboles de Josué”. Parque Nacional de Joshua Tree (California, 2018).

Desde el 2016 hasta el verano del 2018 pasó de todo y no pasó nada en relación con la industria californiana. Los californianos votaron a favor de legalizar el cannabis de forma recreativa en noviembre del 2016, pero tuvimos que esperar hasta el 1 de enero de 2018 para comprar legalmente, algo parecido a lo que pasó cuando legalizaron en Colorado. Yo tenía todavía veinte años, así que no podía ir a un dispensario por mi cuenta. Pero ese verano del 2018 cumplí veintiuno: hice grandes cambios en mi vida y fui a un dispensario para hacerme un regalo a mí misma. Fue una suerte y un privilegio cumplir la mayoría de edad el mismo año en que California legalizó la hierba.

El número de dispensarios era interminable, pero entre ellos había diferencias en relación con la calidad, la selección y el precio. Algunos dispensarios de California tenían licencia para vender marihuana medicinal, mientras que otros se habían pasado a la recreativa. Los dispos te hacían firmar un papel indicando que tu consumo era médico antes de permitirte entrar. Los universitarios flipaban porque creían que firmar podía arruinar su carrera profesional. Pero si uno estaba cerrado otro estaba abierto. Algunos estaban siempre rodeados de coches de policía, obviamente, controlados por una mafia, con woo girls de uñas acrílicas en forma de ataúd que te daban la bienvenida al entrar. Otros eran más precarios, pero agradables al entrar, solo accesibles subiendo por unas escaleras en un rincón del fondo de un aparcamiento. Otros tenían escaparates de cristal del suelo al techo, visibles desde la autopista.

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Vista desde el túnel en el Parque Nacional de Yosemite (California, 2019).

Todos ofrecían un pre-roll o dab gratis con cada compra. Allí podías encontrar una selección de flores de bottom to top shelf, de lo más barato a lo más caro. Y, también, porros preenrollados con kief, cera y resinas, vapeadores con cartuchos intercambiables, sabrosas galletas, brownies, limonadas y gominolas. Los comestibles debían respetar un límite máximo de 10 mg de THC por porción, según las leyes recreativas de la época, pero había algunas marcas que afirmaban que cada gominola contenía 30 mg de THC. Tenías que dividir cada gominola en al menos cuatro trozos. Los productos poco a poco se fueron regulando. 

Una de nuestras actividades favoritas era tomarnos un chupito de limonada de THC y conducir hasta el In-N-Out con las ventanillas bajadas y la música a todo volumen. Yo pedía un grilled cheese, patatas fritas y un batido de chocolate. A mis amigos también les gustaba Raising Canes, pero yo era vegetariana, así que Taco Bell siempre era una buen elección para todos. Jugábamos a Mario Kart en mi Nintendo GameCube y a Cartas contra la Humanidad en los kickbacks. Los fines de semana íbamos en coche a San Diego, a Malibú o mucho más al norte. Conducíamos hasta el desierto y nos fumábamos un porro entre los árboles de Josué.

Vaporizadores asesinos 

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Fumando un porro después de una sesión de surf en la playa de San Onofre (California, 2020).

Empecé a probar los vaporizadores de THC a principios del 2019. Stiizy era la marca líder, pero había cientos de vaporizadores sin marca en venta, con cualquier sabor stoner que se te ocurriera. Eran discretos, desechables, rentables y te colocaban. Pensaba que eran seguros porque los comestibles se regularon con mucho cuidado mediante un proceso de pruebas en tres fases. No creía que mi vaporizador de THC fuera inseguro. Estaba a la venta en un dispensario legal. Pero enfermé gravemente en mayo del 2019. Tenía muchos síntomas de neumonía, pero no podía permitirme ir a urgencias. De alguna manera me recuperé. Y en dos semanas leí estupefacta las noticias de las muertes en todos los medios de comunicación: los vapes de THC de imitación, como el mío, estaban usando acetato de vitamina E, que provocaba lo que llamaban un pulmón de pop corn. Yo podría haber sido fácilmente uno de los jóvenes que murieron esa semana. Al principio, los medios de comunicación acusaron erróneamente a los vapeadores de nicotina como Juul de ser los culpables; vapear THC era de novatos. Tiré mi vape y convencí a mis amigos para que hicieran lo mismo. Durante un mes, mis cuerdas vocales estuvieron jodidas. No merece la pena perder la vida en beneficios de la gente que juega con nuestra salud. Así que volví a fumar en pipa y a tomar comestibles.

Volver atrás en Salamanca 

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En la Plaza Mayor de Salamanca (España, 2021).

Me mudé a Salamanca en otoño del 2019 sabiendo que sería más difícil conseguir hierba. Está despenalizado desde mediados de los años setenta, y existen asociaciones, pero en una zona gris. Para mí fue como retroceder en el tiempo.

Cuando llegué conocía a cero personas y sabía tres frases en español, así que tenía pocas esperanzas de encontrar a alguien que confiara en mí para invitarme a su asociación. Saboreaba mis gominolas de 30 mg que guardaba en mi mesilla de noche en un bote de vitaminas. Después de las cervezas con mi cohorte en St. Patricks, me tomaba un cuarto de la gominola y daba un paseo por el Puente Romano y me maravillaba con el reflejo de la Catedral en la orilla del río Tormes. Al cabo de un mes, un amigo encontró un camello, así que yo también lo tenía. Luego me hice socia de mi primera asociación en España. 

Salamanca como ciudad es muy bonita, no es difícil asombrarse de sus maravillas sobria, así que imagínese colocada. Hacer un tour por la antigua universidad, dar un paseo por el casco antiguo o a lo largo del río hacia el Parque de los Jesuitas, y luego comer una hamburguesa gorda con patatas fritas en El Yunque. Si hace buen tiempo, nos llevaremos una manta a la orilla del río y haremos un pícnic con los amigos. La Policía no se anda con chiquitas si te pilla fumando o portando en público, de día o de noche. Es una lección que muchos han tenido que aprender: fumar en una asociación es la opción más segura. 

En Salamanca aprendí qué es un clipper, cómo se lía un porro y que no todo el mundo define los porros de la misma manera. No podía fumarme los porros que me pasaban mis amigos españoles: estaban liados con tabaco; eso para mí no es un porro, es un spliff. Justo cuando empezaba a entender hasta qué punto el tabaco está metido en la cultura de la hierba en España, mi estancia en Salamanca llegó a su fin al suspenderse las clases el 12 de marzo de 2020. ¡Había llegado el COVID!

Una pausa en Nuevo México 

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Un sitio para fumar con vistas a las afueras de Albuquerque (Nuevo México, 2020).

Diez días después estaba en Albuquerque (Nuevo México), quedándome con mis padres en su nueva casa. Estaba de nuevo en un estado donde era legal la marihuana medicinal pero no la recreativa. Pero en el 2019, Nuevo México había reducido las penas por posesión de hasta 14 g de un delito penal a un delito menor. Así que compré de la variedad Gorilla Glue en un barrio de las afueras y no me faltó buen humo para llevar a mis pulmones. 

Desde el 1 de abril de 2022 puedes comprar cannabis legalmente para uso recreativo en Nuevo México. Si vas allí y te da por colocarte, ve a dar un paseo cerca de las montañas Sandia, a lo largo del Río Grande o en el desierto. Luego ve a Taco Cabana; es como Taco Bell pero casero. 

No duré mucho en Nuevo México, porque mi vida profesional estaba en California. En el 2021 era adicta al surf y desempeñaba el papel de surfista-stoner. Todavía estábamos en medio de una pandemia, así que los dispensarios no estaban en pleno funcionamiento. Así empezó mi relación con WeedMaps, un servicio de entrega de hierba de alta calidad a la carta. Nos fumábamos un porro después de una sesión de surf en la playa junto a una hoguera o una pipa en nuestro patio por las tardes mientras leíamos un libro.

La vuelta a España 

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Una Northern Lights en fase de crecimiento (Barcelona, España, 2022)

El día de mi llegada a Salamanca en otoño del 2021, un amigo me presentó a otra asociación de la ciudad. Mi kit cambió de un grinder y una pipa a un grinder, papel de liar, filtros y una maquinilla del Grow Shop Ananda. Cada vez que rechazaba un porro de un amigo tenía que explicarle: “yo no fumo tabaco”. Solo liaba verde para ellos y se lo pasaba. Me decían: “Es muy fuerte, me gusta más con tabaco”. Yo respondía: “Se supone que es así”. Luego me fijaba en que, cuando se acababa la fiesta, no estaban fumando un porro, estaban fumando cigarrillos. Este fue el comienzo de mi viaje para entender la adicción. 

Desde el 2022 vivo en Barcelona, una ciudad conocida por su cultura cannábica. Similar a los dispensarios en California, Barcelona tiene un sinfín de clubes a los que unirse: desde los más turísticos hasta los más exclusivos, no importa el club, siempre encontraremols variedades californianas con precios por gramo que van desde los seis euros en los clubes más de barrio hasta los veinticinco en los más turísticos. El rango principal está entre ocho y catorce euros el gramo, a la par con los precios de Estados Unidos. 

En Barcelona se fuma en la calle, en los parques y en las discotecas. Incluso con las recientes medidas represivas, aquí hay una sensación de libertad, especialmente, en comparación con Salamanca. ¿No estaba todo el mundo colocado en Spannabis? Pero mientras mis amigos españoles fuman porros de hachís o spliffs, yo llevo un porro solo verde y fumo una pipa fuera de la vista del público. Me encanta ir en bici a la playa y comerme un bocadillo en Compa. Lady Dumpling, La Real Hamburguesería y Local 225 también son triunfos, y ver la puesta de sol desde el Parque del Turó del Putxet, los Bunkers o Montjuïc te alegra el día. También me gusta ir colocada, por todo lo alto, a un museo de arte y disfrutar, sobre todo porque cada primer domingo de mes muchos museos son gratuitos. La mejor experiencia de colocón para mí siempre ha sido estar en la naturaleza, y Barcelona está rodeada de ella. 

Espero que España legalice, en primer lugar, porque echo de menos mis comestibles californianos estandarizados, y, en segundo lugar, he visto cómo el tabaco ha impregnado la cultura cannábica aquí y creo que hay algo especial en consumir solo cannabis. Y, por último, creo que a muchos más españoles les encantaría probar un dab.

ESTE CONTENIDO SE PUBLICÓ ORIGINALMENTE EN LA REVISTA CÁÑAMO #317

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